09 julio, 2007

No hablo con extraños



un dos tres por mí! ya se vienen las poleras y todo eso jajaj menos para la Pame que si habla con etraños y es más con extraños muy extraños!
De repente pensé que puesto así como señal de vía pública debería ser No hablar con extraños...no, no hablo con extraños pero bue...se puede arreglar. Y si sé que todos son extraños en algun momento...y obvio que si no hablaras nunca con ningun extraño no hablarías con nadie...espero que se entienda.

03 julio, 2007

Nosotros

Me subí a la micro, las piernas aún temblorosas, el efecto de hablar frente a frente. Me senté en un asiento del pasillo, como siempre. Así no tengo que pedirle permiso a nadie si quiero bajarme, sonreí al pensar que cosas tan pequeñas y cotidianas me hacen sentir como si tuviera un cierto control sobre mi vida. Aunque al mismo tiempo mi organismo me hace sentir una vulnerabilidad e inestabilidad increíble. Es increíble. Las acciones, las palabras: nunca sabremos lo que en “verdad” significan. Porque la interpretación, como una muralla, se interpone entre nuestra empatía. Y yo quiero tratar de romperla, pero a veces siento que es romper algo dentro de mí. Me duele. Me asusta. Cambio. Me detengo. Me pregunto si no estaré haciendo algo absurdo y sin sentido. Etéreo como la vida. Cómo todo esto cabe dentro de ésta micro que tiembla completa con cada bache de la calle. Ni siquiera eso. No existen, no hay pensamientos. Son solamente sustancias químicas estimulando mis neuronas. Pero cómo entonces puede doler algo que no es físico,¿será solamente química?. No tengo respuestas, no sé si me importan realmente. Pueden ser tan transitorias y si cambias la pregunta ya no están. Y es tan fácil cambiar la pregunta, ya que nunca me parece encontrar la exacta (para poder siquiera pensar la respuesta que necesito). La micro frena, mi rodilla impacta contra el siguiente asiento y mis pensamientos con los hechos inmediatos. La gente camina. Yo los miro un rato pero me pierdo de nuevo en mi universo paralelo. Pensé en todo lo que ya no tendría y unas lágrimas se asomaron en mis ojos. No nos gusta perder parece, nos gusta tener. Pensar en el futuro como un “lugar” mejor. Se me confunden tiempo y espacio. Pero sea como sea, es siempre ilusorio, nada va a ser como lo esperas. Es muy variable y no se puede controlar. Yo no puedo. No me resulta. Tal vez a otros sí. Miro a mi lado, otra persona sentada en el pasillo. Igual que yo ¿pensará lo mismo? ¿Sentirá lo mismo? Entones pienso y me critico, no debería hablar en general. Yo. No debería decir nos. Yo. No sé lo que piensas tú. Ni mi otro yo. No sé lo que sientes tú. O podría saberlo pero nunca sentirlo. Cómo podemos entonces convivir si nuestros límites nos impiden comprendernos, sentirnos, relacionarnos. No hay límites pero los vemos. Los veo. Así aprendí. O así me enseñaron. Miento. No los veo, pero miento sin querer, ¿me hace eso inocente? ¿Importa la inocencia si igual me siento mal? Mis límites. Debo tenerlos. Deben existir. Sino, podría hacer todo. Nada me importaría. Pero me afecta. Me importa. Me limita. Como estos metales y vidrios que me separan del ambiente exterior. Están entremedio, implícitos. Se podría llegar a pensar que no existen. Pero ahí están, entre nosotros. Yo y el entorno. Tú y el entorno. Tú y ellos. Ellos y yo. Sin embargo, ellos no son “ellos”, son yoes separados por lo inexistente. Igual que tú y yo; los miles de yoes y tues no hacen un nosotros.